Pulseras de meditación y cilicios medievales
La utilización de cilicios se remonta a tiempos bíblicos. Se trata de instrumentos o artilugios que solían llevarse (aún hoy en día hay algunas ordenes religiosas que los utilizan aunque su uso ha decaído) debajo de las ropas en contacto con la piel. Provocando desde incomodidad a quien lo viste hasta dolor y heridas. Estos cilios tenían o tienen distintas formas, con agujas, nudos, asperas cuerdas, ganchos, etc, colocándose en la cintura, muslos o espalda.
Era un método de mortificación que se utilizaba para combatir las tentaciones, y a la misma vez identificarse con la Pasión de Jesucristo. De esta forma, el monje o la persona que portara el cilio, podía apretarlo bajo sus vestimentas sin que fuera notado por las personas cercanas y así, centrar su atención en el dolor y poder evitar las tentaciones que pudieran acecharle.
La pregunta que nos surge entonces es ¿eran útiles estos intrumentos para controlar las tentaciones?. Si, eran útiles ya que su uso era habitual y constante, aunque con limitaciones y con efectos secundarios a veces importantes ya que muchas de las heridas se infectaban y acaban en enfermedas no buscadas. El mecanismo psicológico que está detrás es más o menos sencillo. Se conoce como «detención de pensamiento». Esta técnica se basa en que el paciente cuando se ve asaltado por una idea rumiativa o perturbadora, se dice a sí mismo «stop» o «detente» o «para» e inmediatamente esta persona llevaba su atención a otro tipo de ideas o pensamientos, o se involucra en alguna actividad concreta.
Nosotros, para ayudar a este proceso, a veces pedimos al paciente a que en el momento de hablarse a sí mismo ordenándose parar, se pellizque o se golpee levemente con una pulsera elástica que le proporcionamos, exactamente como la que se ve en la fotografía. Es una pulsera con cuentas del mineral «ojo de tigre» y con una pequeña cabeza de Buda dorada (es importante que sea elástica y que no se rompa con facilidad).
Esta pulsera tiene dos metas, 1, la de proporcionar un input sensitivo al paciente que le haga más fácil controlar su atención y poder dirigirla a ideas adecuadas no perturbadoras ni rumiativas, y 2, le «ancla» con el psicólogo terapeuta, que aunque no esté presente fisicamente, si lo está en forma de «pulsera» recordando al paciente que está en proceso de curación aunque no esté en ese momento en consulta.
Hay que señalar que este método parece contrario al propuesto por Mindfulness. Este propone nunca enfrentarse a la idea perturbadora, no tratar de impedir su aparición, ya que este esfuerzo nutre a la idea y la hace cada vez más «grande y perturbadora». Lo que propone mindfulness es observar la idea, a modo de curiosidad incluso científica, de forma amable y compasiva, y dejarla fluir y marchar dulcemente mientras llevamos la atención a aquello que deseamos (en muchos casos el propio cuerpo o la misma respiración). Sin embargo, nosotros proponemos modificar la técnica incluyendo la pulsera.
Serían los siguientes pasos:
1.- La idea perturbadora llega a nuestra cabeza sin que en ese momento estemos realizando meditación alguna, por ejemplo, viajando en el Metro.
2.- En ese mismo momento, estiramos el elástico de la pulsera y nos damos un ligero pellizco en la muñeca, diciendonos «stop».
3.- E inmediatamente debemos cambiar nuestra atención, en lugar de ver la idea, debemos «pensar la idea», esto es, comenzar un proceso de metacognición. Ya no nos centramos en el contenido de la idea, que nos hace daño, sino que vemos como esta ha llegado a nuestra mente, si ha habido algo que la haya podido elicitar… quizá el olor del metro, los sonidos que nos rodean, algún color ….
4.- Y una vez que hayamos «pensado en el pensamiento», lo dejamos fluir, como si fuera una nube llevada por el viento, y centramos nuestra atención en aquello que hayamos prácticado antes, por ejemplo, la propia respiración.
¿Para qué entonces nos ha servido la pulsera?… para dar la señal de salida de la propia meditación. Para señalar un antes y un después en el tratamiento de la idea perturbadora, y porqué no, recordar que se está en proceso teapéutico constante.